sábado, 23 de octubre de 2010

ADVIENTO: TIEMPO DE ESPERANZA

La palabra esperanza quizás la hemos escuchado muchas veces, pero en pocas ocasiones la hemos llevado hasta el fondo de nuestros corazones, ya que no es fácil hacerla realidad en nuestra vida. La razón es que a todos nos cuesta esperar. Porque esperar implica paciencia, esperar implica mansedumbre, esperar implica perseverancia y ser constante en el camino. Hay que aprender a aguardar para no desfallecer en el intento. Sobre todo, hay que entender que la esperanza es más que una simple palabra: se trata de un proceso.
Sin embargo, en nuestra vida tenemos actitudes de espera: al hacer una larga fila para obtener un producto o hacer un pago, dar tiempo a que se resuelvan problemas o conflictos, o las mujeres cuando van a ser madres de familia, saben muy bien lo que es esperar durante ese proceso llamado embarazo. Todo esto nos llega a causar incomodidad, conflicto o desesperación. Pero cuando nuestra esperanza esta puesta en Dios, con la ayuda de su gracia, el camino de espera se torna más ligero e interesante. Pues como dice San Pablo, “en la esperanza hemos sido salvados” (Rom) y nuestra salvación es en la esperanza (cfr Spe Salvi).
Por tal motivo, dentro de nuestro tiempo cronológico, la Iglesia, a través de la liturgia nos presenta este tiempo propicio de esperanza que llamamos Adviento. Un tiempo de gracia y de salvación, ya que nos ayuda a prepararnos para recibir la llegada de nuestro Salvador: el nacimiento del Señor Jesús. Adviento viene de la palabra latina adventus, que significa venida, advenimiento y del verbo ad venio, que significa llegar. Antiguamente se utilizaba para denominar los preparativos pertinentes a la visita del Emperador en las provincias del Imperio Romano (adventus divi). Consistía pues en una “avanzada” que veía los pormenores de la visita y preparaba lo necesario.

En el lenguaje cristiano primitivo, con la expresión adventus se hace referencia a la última venida del Señor, a su vuelta gloriosa y definitiva. Pero en seguida, al aparecer las fiestas de navidad y epifania, adventus sirvió para significar la venida del Señor en la humildad de nuestra carne. Aun cuando la expresión haga referencia directa a la venida del Señor, con la palabra adventus la liturgia se refiere a un tiempo de preparación que precede a las fiestas de navidad y epifanía.
Es así que, con el adviento inicia el año litúrgico en nuestra Iglesia Católica occidental. Y se nos invita vivir la triple dimensión de la esperanza propia de este tiempo: 1- Histórica, es decir, prepararnos dignamente a celebrar el aniversario de la venida del Salvador al mundo, el nacimiento del Hijo de Dios que manifiesta el amor pleno de Dios Padre. 2- Mística, es decir, preparar nuestros corazones para que sean la morada adecuada ante la presencia del Señor Jesús, que viene a nosotros para quedarse a través de la Sagrada comunión y de su gracia que nos santifica, ya que por el bautismo Él habita en cada uno de nosotros, y 3- Escatológica, es decir, prepararnos para la segunda venida final de Jesucristo como justo juez, en la muerte y el fin del mundo, que llamamos teológicamente la “Parusía”. De este modo la venida del Señor en el pesebre de Belén y su última venida se contemplan dentro de una visión unitaria, no como dos venidas distintas, sino como una sola y única venida, desdoblada en etapas distintas.

Las primeras semanas del adviento subrayan el aspecto escatológico de la espera abriéndose hacia la Parusía final; en la última semana, a partir del 17 de diciembre, la liturgia del adviento centra su atención en torno al acontecimiento histórico del nacimiento del Señor, actualizado sacramentalmente en la fiesta. Y la liturgia nos presenta en este tiempo, a 3 grandes modelos de espera del Mesías, del Salvador, mismos que estamos llamados a imitar. El primero de estos protagonistas es Isaías. Nadie mejor que él ha hecho suyo el deseo inmenso del Antiguo Testamento, a la espera del rey Mesías. Después Juan Bautista, el precursor, cuyas palabras de invitación a la penitencia, dirigidas también a nosotros, cobran una vigorosa actualidad durante las semanas de adviento. Y, finalmente, María, la Madre del Señor. En ella culmina y adquiere una dimensión maravillosa toda la esperanza del mesianismo que se tenía desde al Antiguo testamento.

Toda la mística de la esperanza cristiana se resume y culmina en el adviento. La esperanza del adviento invade toda la vida del cristiano, la penetra, la impregna todo el tiempo. De tal manera que vivir sin esperanza es vivir sin aliento, sin el impulso necesario que nos lleva a obtener la salvación dada por Jesucristo. Pero, ¿cómo esperar en un mundo desesperado? ¿Cómo vivir la esperanza cristiana durante el adviento y nuestra vida diaria, si hoy se habla de crisis de la esperanza, de violencia, de inseguridad, de sociedad sin valores, de corrupción, de inestabilidad, de cuestionamientos a la fe y escándalos eclesiásticos?
Vivimos en un mundo más materialista que espiritual, en una sociedad hedonista donde se busca más el placer y lo agradable que el sufrir y batallar, en una sociedad pragmática que todo quiere fácil, rápido y con el menor esfuerzo, en una sociedad utilitarista donde sólo los interesa e importa más lo que genera una ganancia para nosotros. Sin embargo, ante esta realidad no podemos pasar por alto, que la esperanza no solo es una virtud teologal que nos asemeja a Dios, sino también un don de Dios que nos regala, que hay que pedírselo con fe. Así que es algo recíproco, el don nos lo regala Dios gratuitamente, pero la virtud la cultivamos nosotros e implica un esfuerzo de nuestra parte. Esto demuestra de algo que estoy completamente convencido: “ante toda adversidad, es posible vivir hoy en día con esperanza cristiana”, pues como bien se dice: la esperanza es lo último que muere antes de morir nosotros. No nos desesperemos en el camino, porque si nuestra esperanza muere, aunque estemos vivos, andaremos como muertos, pues nuestra salvación se basa en la esperanza, y nuestra vida es una vida de llena de esperanza.

Celebremos, pues, este adviento no como uno más o igual que el del año pasado. La realidad es cambiante y este tiempo litúrgico nos presenta la novedad que por mucho que pasen los años, nunca cambiará de moda ni quedará atrás en el olvido: la salvación en Jesucristo. Porque más que el aspecto histórico de quedarnos en el pesebre de Belén, o confundir este tiempo de adviento con el de navidad, cuando cada uno tiene lo suyo, debemos entender el adviento y vivirlo de tal manera que sea la celebración solemne de la esperanza cristiana, vivida ya desde hoy, pero abierta escatológicamente hacia el adviento último y definitivo del Señor al final de los tiempos: la Parusía. Por que el adviento es tiempo de preparación y espera: ¡VEN SEÑOR Y NO TARDES!
O.R.F.