miércoles, 14 de julio de 2010

LOS MINISTERIOS EN LA VIDA LITÚRGICA DE LA IGLESIA Las celebraciones litúrgicas de la Iglesia son el resultado de varios miles de años, de diferentes ritos, de diferentes épocas y culturas que se han ido interrelacionando y en su caso uniendo, cambiando de fondo, para hacer visible, audible, y sensible el Misterio de Dios en nuestra vida. La liturgia se celebra a través de ritos en los que participan una amplia diversidad de ministros ordenados y laicales. Pero, para comprender mejor que son los ritos, tenemos que entender en primer lugar qué es el mito. Por mito entendemos no las leyendas o cuentos de la antigüedad, sino la necesidad de un grupo humano de entender un misterio, algo que sobrepasa la capacidad de respuesta intelectual del ser humano. El mito por tanto, es la conciencia del hombre, como grupo social, que explica lo incomprensible y que todo este grupo acepta como válido. El rito en cambio es la actuación del mito, es como el verbo para el sujeto, a través del rito el mito es asimilado, no comprendido porque no deja de ser un misterio. Para el cristianismo, y especialmente para nuestra religión católica, la Revelación del misterio de Dios ha sido otorgada por Cristo, Él es la Palabra del Padre, es Él el que describe a Dios como “Padre nuestro” y el que nos ha dado a conocer su voluntad. El compendio de estas revelaciones le llamamos: “Evangelio”. De este modo, el Evangelio viene a ser el “mito” de la Iglesia y el rito es la liturgia, o sea que la liturgia es la actuación del Evangelio. En la Iglesia hay un solo Evangelio, el cual hay que develar, explicar y celebrar a través de la Liturgia. Para ello, debe haber ministros preparados y cualificados que cumplan éstas funciones. Por eso, dentro del ámbito litúrgico es importante saber quién es un ministro, qué hace, que cualidades o atributos tiene; en pocas palabras, cuál es su ser y su quehacer en la celebración. En la Iglesia, a la luz del Espíritu Santo por su misión salvadora y santificadora, encontramos una amplia diversidad de ministerios, carismas y servicios, en orden a un proyecto de salvación en comunidad. Y en el ámbito de la liturgia, para nuestra concepción actual, un ministerio es entendido como un SERVICIO (servitium) que se ejerce o desarrolla para bien de la comunidad. De ahí que un Ministro que ejerce un Ministerio es un servidor de la comunidad. También, se le denomina con el término “Ministerio” a los: officia (oficios) y los munera (funciones), dentro de la comunidad eclesial. Para una definición más completa, la palabra ministerio (del latín ministerium) es la traducción del griego diakonía, y sirve para indicar fundamentalmente la realidad del servicio eclesial. Por ministerio se entiende toda función ejercida dentro de la comunidad y para la edificación de la misma. En general, el ministerio se caracteriza por una cierta continuidad y por la existencia de un mandato eclesial más o menos explícito. Se trata, pues, esencialmente de un "servicio”, que expresa además la idea de una fidelidad y adhesión especial a Dios y por tanto a los hermanos. Podemos clasificar los ministerios englobándolos en tres grupos de acuerdo a sus peculiaridades, características y a su ser en virtud del sacerdocio de Cristo: • Laicales Instituidos (Lectorado, Acolitado, Ministro Extraordinario de la Sgda. Comunión) • Laicales No instituidos (monaguillo, ceremoniero, monitor, colector, etc.) • Ordenados o derivados del Orden (Diaconado, Presbiterado, Episcopado) El Concilio Vaticano II presenta los ministerios y los carismas como dones del Espíritu Santo para la edificación del Cuerpo de Cristo y para el cumplimiento de su misión salvadora en el mundo. La Iglesia, en efecto, es dirigida y guiada por el Espíritu, que generosamente distribuye diversos dones jerárquicos y carismáticos entre todos los bautizados, llamándolos a ser, cada uno a su modo, activos y responsables. El mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que "distribuye sus dones a cada uno según quiere" (cfr 1 Cor 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras "A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (1 Cor., 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno (cfr 1 Tes 5,19-21). Así pues, los ministerios en el ámbito de la liturgia, son para edificar y construir la Iglesia, son un servicio gratuito que todo bautizado puede prestar para bienestar de la comunidad. No están en función de una persona o le son dados o instituidos a alguien para que sobresalga entre los demás, o título de privilegio, sino todo lo contrario: son para servir a Dios y a la Iglesia, para construir y edificar el reino de Dios. ¡Vivamos, comprendamos y sobre todo, promovamos los ministerios litúrgicos! “Por que el que quiera ser el mayor, que se haga el menor de entre todos, porque el mayor entre todos es el que SIRVE a la mesa, el servidor de los demás”. Octavio Rosas Figueroa.